En mayo y junio, como parte del Laboratorio México-Cuba, recorrí la ciudad de La Habana para intercambiar con 250 habitantes , el 0.01% de la población, sus deseos por una moneda con valor de 1 Deseo, y que representa alguno de los deseos depositados en este Banco. Conseguí una participación equilibrada de hombres y mujeres de todas las edades, diversos barrios y distintas actividades laborales y niveles escolares, con el resultado de una encuesta representativa de los deseos de los habitantes de esa ciudad.
Caminaba por las calles y me acercaba a la gente, les daba la carta del BID, invitándoles a participar. Buscaba a los que estaban sentados, parejas o familias en los parques de Vedado, gente esperando la guagua en una esquina, unas vendedoras de flores en el bonito barrio de Miramar, paseantes en el malecón, unos vendedores de libros en la Plaza de La Habana Vieja, los músicos y cocineros de un restaurante, niños en la playa en Jaimanitas, un grupo de la tercera edad que asiste los miércoles a clases de tango, un grupo de alcoholicos anónimos, los heladeros de Copelia... Poco a poco me fui acercando a las personas.
Una vez caminaba por Miramar y observé en un portal a tres personas tomando el fresco. Eran una vieja negra, con aspecto de ser buena persona, acompañada de su nieta, una niña muy bonita, y de su tío, un carpintero de unos treinta años. Desde la calle los saludé, y me metí al portal. Me invitaron a tomar café. Mientras escribían sus deseos conversamos y descansamos. Cada vez que pasaba por esa calle me tomaba con ellos un café en su portal. Conocí a la hija, madre de la niña, y a otra vecina. Eran todos unas personas muy simpáticas, sobre todo la abuela, que inspiraba mucha tranquilidad.
Otro día, mirando libros usados, convencí a la la librera de cambiar sus deseos por un deseo, y depositarlo en el Banco. Ella misma invitó a participar a todos los que nos rodeaban, poco después ya había quince personas más. Me quedé hablando un momento mientras algunos regresaron presurosos con amigos o parientes para que participaran. Cada vez que pasaba por ahí me sentaba a charlar un rato, con ellos siempre llegaba alguien que quería participar. Como sucedió en varias ocasiones, lo más difícil era empezar, después la situación se iba contagiando y las personas de alrededor deseaban intercambiar los deseos; se creaba una energía muy especial y se relajaba el gesto de las personas. Se iniciaban conversaciones acerca del tema, se hacía placentero pensar en los deseos, era una ilusión, y se sentía alegría. La moneda cobraba un carácter mágico, fetichista, era un amuleto que daba una esperanza de realización del deseo.
En otra ocasión, me encontré a una señora que había participado en la plaza de los libros, me pidió con gran entusiasmo que fuera a la imprenta donde ella trabajaba. Hicimos una cita para la semana siguiente, cuando llegué todos los trabajadores estaban enterados, la recepcionista me pasó a una oficina a escondidas -donde estaban los encuadernadores- y allí fueron llegando cada vez más personas que se escapaban de sus puestos, el lugar estaba abarrotado de personas que escribían furtivamente sus deseos, se iban y eran reemplazadas por otras.
Otro día, me fui en la noche al malecón, frente al bar FIAT que antes era una tienda de autos y ahora es el lugar en donde se reúne la comunidad homosexual de la ciudad. Me acerqué a una mesa, y casualmente era un grupo de sordomudos. Pasé ahí un par de horas conversando con ellos, fue toda una experiencia comunicativa, además no sabían escribir y le dictaron a una amiga, la única que escribía, para poder participar.
Con el tiempo la gente ya me conocía, entraba a edificios, e incluso al interior de las casas, entre vecinos se invitaban. La vecindad se vive de manera muy próxima, todos se meten a las casas de los vecinos, hay poca noción de privacidad, sobre todo en los barrios más populares.
Una vez, en un edificio de La Habana Vieja, una mujer me encaró y me preguntó que ella qué podía desear cuando su hijo tenía parálisis cerebral. Me invitó a pasar a su casa, conocí a su bebé. Me invitó a un refresco y estuvimos conversando. Al final, me regaló una foto de su hijo dedicada con el nombre del niño. Muchas veces, me sentí tratado como mensajero de buena fortuna, para algunos, incluso, yo era el que les abría las esperanzas de su deseo, era una especie de profeta anunciando un milagro. Es notorio el sentimiento mágico en La Habana.
En otra ocasión, estaba en una casa, toda la familia quería participar pero llevaba sólo cinco deseos, una niña tenía muchas ganas de participar y le di su cuestionario pero al poco tiempo, cuando le pregunté si ya había terminado de escribir, me dijo que mejor se lo había dado a su padrino que lo necesitaba más: un hombre mayor en silla de ruedas que llegó un poco después a la sala para darme su deseo.
El último día estuve recorriendo el malecón y me encontré a un niño que pescaba, cuando le di la moneda ya la conocía, se la había encontrado buceando, alguién la tiró al mar para pedir un deseo.
El deseo en La Habana, es el deseo de habitantes de una isla, en la que existen grandes dificultades para salir al mundo -tanto físicas como económicas y políticas-. Una sociedad que es vecina, aunque separada por unos pocos kilómetros de mar, de la segunda ciudad con mayor población cubana: Miami; que convive con ese ser privilegiado, que es el giri, el turista, el que viene y va por ese mundo distante donde se gana en dólares, y que tiene algún pariente en Estados Unidos o en México. Una sociedad que en su mayoría desea salir del aislamiento (40%), ya sea para emigrar (14%) o en su mayoría para viajar (26 %). Destaca el deseo hacia la familia (65%), principalmente su bienestar y armonía (24%) y la realización de los hijos (23%). Otro de los mayores anhelos es el de tener ó mantener una relación de pareja (37%). Con grandes problemas en la vivienda, todas las generaciones de una familia y a veces de varias, comparten un mismo espacio, otro gran deseo es tener una casa propia (9.5%). La preocupación por tener salud y una vida larga fué expresada con frecuencia (15 %). Estos son los deseos más recurrentes.