Memorias de la acción del BID en Buenos Aires, 2004

Abrimos el Banco Intersubjetivo de Deseos a la población porteña en pleno verano, cerca del fin de año. Esto ocurrió dos años después de que iniciara el Corralito y apenas a uno de concluido. La crisis económica hacía de la moneda del deseo algo especial, ya que circulaba en una sociedad que había experimentado la carencia monetaria hasta el punto de llegar al trueque como forma de intercambio.

En ese contexto, nuestro BID tenía un gran crédito por parte de los ciudadanos. Pero la acción de intercambiar monedas del deseo por deseos de la población no resultó sencilla de realizar en las calles: pasaba horas observando a las personas, los grupos permanecían ensimismados en sus propias burbujas, que eran difíciles de abrir, incluso, en las plazas y parques los domingos.

En mi acostumbrada deriva por la ciudad, con la búsqueda de una diversidad social representativa (expresada a través de 300 personas por los tres millones de habitantes), observé que el espacio público es vivido de una manera distinta de la del resto de los países latinoamericanos visitados: aquí en la calle no se permanece abierto a la interacción con desconocidos. De alguna manera se vive como un espacio “privado”, en contraste con La Habana, en la que resultaba expansiva la participación, que se iba contagiando hasta decenas en las plazas, y en donde, por cierto, se vive el espacio privado de la casa como abierto y público.

Muchas veces me cuestioné y les pregunté a algunos amigos porteños a qué se debía esa forma de vivir la calle. La dictadura debió de dejar un hábito cuando prohibió las reuniones de más de cuatro personas en la calle en los años setenta y ochenta. Sin embargo, eso se suma a una condición anterior, fundamental de la urbe: la población está conformada por comunidades de orígenes y culturas diversos.

Buenos Aires está formada por italianos, españoles, polacos, rusos y alemanes, entre otras nacionalidades europeas que emigraron, sobre todo, en la primera mitad del siglo xx, y por una emigración reciente de latinoamericanos: peruanos, bolivianos y paraguayos. Además, en sus calles también se encuentra la presencia de algunos pocos indígenas que provienen de la provincia.

Esta gran cantidad de procedencias hace de la calle un espacio un poco más distante; suele abundar el trato comunitario en relación con sus propios espacios de identidad. Su posición en el lugar es la del extraño, que se establece por necesidad y extraña su cultura.

Un emigrante no es un viajero sino un exiliado, una persona que ha sido forzada por la necesidad a dejar su espacio. En Buenos Aires las calles son mucho más lejanas al habitante que sus fiestas, ritos, costumbres colectivas, que, en comunidad, en la reunión con los suyos, constituye su propio espacio público.

También la participación en las calles resultaba limitada por miedo a lo desconocido; varios transeúntes me comentaron que estaban alarmados porque una chica había sido asesinada en los parques de Palermo. Sin restar la importancia de ese grave hecho, me sorprendía que un solo asesinato trascendiera tanto en el comportamiento de los porteños, pues la inseguridad en Buenos Aires no es comparable con la que hay en la mayoría de las capitales latinoamericanas.

Por ejemplo, en Colombia, donde cada día las noticias reportaban sus muertos por violencia con números de por lo menos dos cifras, era posible trabajar en el parque del Planetario en el que hay vigilancia permanente, la disposición de la gente cambiaba de acuerdo con la seguridad del lugar; es decir que en la capital argentina no podría justificarse esta actitud paranoica porque fuera insegura la calle; tal vez se deba a algún tipo de trauma colectivo que puede provenir desde los procesos de emigración de estas comunidades, forzadas a cambiar de hábitat. Me parece significativo que la mayoría de estos éxodos fue de víctimas de las guerras mundiales.

A pesar de que con el tiempo se consiguió la participación de los paseantes de la plaza de Recoleta y de los Bosques de Palermo, la calle no era el mejor medio de acceso a las diversidades sociales.

Las acciones del Banco eran más productivas cuando se orientaban a lugares más acotados de reunión: la pileta del club del barrio de Chacaritas, donde solía ir a nadar a diario, un concierto de rock de un grupo de amigos en un café, o las fábricas recuperadas, fueron los espacios que funcionaron mejor para entablar este diálogo con el público. En los dos primeros lugares fue de gran ayuda ser conocido, o por lo menos ubicado en el lugar, en el caso de las fábricas, el ánimo que daba la realización de su sueño colectivo motivó el deseo de invertir en el Banco.

La crisis económica había hecho huir a los empresarios fuera del país, y abandonar las fábricas en quiebra, con lo que se multiplicaron los desempleados. Ante la falta de salidas laborales, los trabajadores tomaron las fábricas para ponerlas a producir. Se generó una economía mixta en que los obreros organizaron la producción de manera comunista y la distribución capitalista: la plusvalía se distribuía equitativamente entre ellos a la vez que competían en el mercado. Las políticas económicas del gobierno apoyaron estas iniciativas, llegando a ser 130 empresas recuperadas por sus trabajadores. El desempleo era el problema principal de la población que de alguna manera está presente en esta encuesta, pero curiosamente no se ve de manera directa, pues el objeto de deseo “trabajo-estudio” resultó ser más bajo que las otras cuatro ciudades latinoamericanas, con un 10% del total de los deseos porteños, cifra significativa pero que se aleja del 15% colombiano. Sin embargo, en mi opinión, precisamente la falta de expectativa de trabajo hace que el deseo tienda a otra orientación.

Por otro lado, es una constante de los deseos buscar cosas realizables, y los deseos imposibles son en todas las ciudades una minoría. Me parece que esta inhibición del deseo de trabajo conlleva el aumento del deseo de “hacer” cosas. Éste, con un 18% del total, constituye el principal objeto de deseo en Buenos Aires: lo que mayoritariamente se divide en deseos sexuales y de viajar. Esto se corresponde con lo que algunas personas me dijeron: que si de todas maneras iban a estar jodidos, era mejor dedicarse a hacer lo que realmente les gustaba. En esos tiempos aumentó, por ejemplo, la matrícula de estudios de artes.

El deseo de los argentinos se distribuye en un equilibrio casi perfecto entre los deseos que se tienen para sí, 49%, frente a un 51% de deseos para (con) otros. Mientras en las otras ciudades encuestadas se tiende más hacia el deseo compartido, el porteño desea más para sí, a la vez que paradójicamente destina al mundo el 15% de sus deseos, que conforman el segundo objeto principal de esta muestra. En Buenos Aires se desea más para el mundo que en las otras ciudades. El extremo opuesto de las capitales consultadas es La Habana: mientras que en el sur un 15% de los deseos se dedican al mundo en la isla conforman un 5%. Recordemos también que en la isla el principal deseo, enunciado por casi la totalidad de los encuestados, es viajar, pues se vive el aislamiento. Por el contrario, el objeto de deseo por la familia es menor, con un 12%, frente a un 15% en la ciudad de México, 19% en Bogotá y 22% en La Habana. En las dos últimas ciudades es el principal objeto de deseo y en el DF, el segundo.

En Buenos Aires la familia está en un segundo lugar, pero dista de los deseos para el mundo por tres puntos. Se desea para el mundo a la vez que se reservan los deseos privados. Como respuestas a la pregunta por el deseo más oculto obtuve varias veces la respuesta de: “¡Qué buena pregunta! La llevaré a mi terapia”. Esta es también una relación distinta de lo privado y lo público, que contrasta con las otras ciudades latinoamericanas. Se acostumbra analizar la intimidad en un espacio destinado para ello y en público se expresan los deseos por un mundo mejor. La conciencia de la propia subjetividad podría explicar tanto el que los deseos para sí casi se equilibren con los de para (con) otros, así como el que se enunciaran deseos realistas y se invirtieran sólo cinco deseos fantásticos en toda la muestra.